viernes, 24 de julio de 2009

SOLEDAD.




     A veces me paro frente al espejo y no me veo, mi reflejo simplemente esta sentado en el sillón sin querer moverse, viéndome con tal indiferencia como si fuera cosa de chiste. No lo entiendo, lo llamo y lo llamo y no me deja verle a la cara, ni siquiera se inmuta... en realidad poco creo que le interese, y si no es él, el acompañante de mi tan hermosa ella, llamada soledad, ¿entonces quién?
     Ése mi reflejo era mi mudo confidente pero ahora sólo le veo la seriedad en el rostro y esa cara larga que le cuelga hasta el piso. Trato de animarle, de encontrarle los ojos, pero esos ojos hace mucho no reflejan mi inocencia. Afortunadamente mi sombra la cosí bien a mis pies y le di dos talonazos para estar bien seguro, sólo falta que ella también quiera irse, porque a fin de cuentas ¿cómo atrapas una sombra? Me refiero a que los reflejo... están ahí, encerrados, trazados tras espejos, aprisionados en cristales, pero no las sombras; ellas, libres, vuelan sobre camas y habitaciones, flotan como locas por todos lados, se esconden en los cajones y se escapan entre las rendijas de las puertas. Tenía que asegurarme, no vaya a ser que me pase como a ese niño que se fue a nunca jamás y regreso sin sombra, pues se dice que nunca la volvió a ver.
     Mi reflejo ya no está, no se le ve más, ni siquiera en el sillón. Lo he buscado por la casa pero no está, ni en los espejos del baño ni en los de la sala. Desapareció, y desde entones mi sombra no se levanta de la cama por más que forcejeo y jalo con los pies. Ella se rehúsa a salir de las cobijas. Debo aceptarlo, se ha convertido en un peso. He querido descoserla, pero tengo miedo de que se vaya para siempre. Quiero salir pero ella no me lo permite. Tengo hambre, extraño el sol y estas paredes de sal me secan la boca.
     Hoy estoy harto, cansado, hace un mes que no salgo y para colmo la luz decidió irse también. Sólo falta que el agua se congele.
     Mi reflejo aun no vuelve; la sombra sigue igual, pero hoy lo decidí. Tomé las tijeras, me quité los zapatos, corté los hilos con cuidado y la dejé libre. Salió disparada de un lado a otro estrellándose contra las paredes y escurriéndose en el piso. De pronto se encontró con una ventana abierta y se fue volando acompañada de once campanadas del reloj, perdiéndose entre lomas y techos altos.
     Hoy veo mis pies y los siento desnudos, expuestos. Mi reflejo nunca regresó del todo; a veces creo verlo pasar de un espejo a otro y brincar entre destellos, pero son pocas las ocasiones en que le veo una manga flotante o un pedazo de pelo, supongo que lo de la sombra no fue una buena solución.
     No pasó mucho tiempo para que también quitara los espejos.
     Ahora me encuentro solo, haciendo crucigramas y sopas de letras, yo y mi muy querida soledad, ella que nunca me abandona.

     P.D: Publiqué un anuncio en el periódico: busco sombras y reflejos.

1 comentario:

Ale Lecona dijo...

Muy bueno. me gusto mucho.