sábado, 27 de febrero de 2010

JUEGO DE LLAVES.

                 
Oscuridad total, un pequeño quiosco de madera vieja reside en el centro de la escena. Dentro, un tablero de marco ajedrezado. Treinta y ocho  llaves aparentemente comunes se encuentran ordenadas sobre las casillas rojo y negro, encriptadas en la mesa de caoba oscura, encontrándose las instrucciones del juego en el borde de la mesa. No las leo, pues conozco bien las reglas: ella se encuentra sentada frente a mí, recta, irrompible, mirándome a la cara sin un solo pestañeo.
Me siento, observo, estiro la mano hacia el tablero mientras la luz blanco cenital se estrella sobre ella. La miro a los ojos. Tengo que jugar, éso lo se.  A mi me tocaron las llaves rojas, ella tienen las negras... cierro los ojos mientras resuena en mi cabeza la Séptima Sinfonía de Beethoven Ópera 92 en A Mayor... Suspiro profundamente y abro los ojos. Ella estira la mano, toma una llave y mueve. Me toca...

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