Eres tú la que se esconde tras velados abismos, ese vago mirar que paso a paso camina sobre una estela de hielo fino y las agujas de tacones afilados que con trazado andar caminan sobre vidrios rotos. Hete ahí, sombra de siluetas que con uñas alargadas acecha en las noches, tinta sangre sobre ventanas de habitaciones vacías, vagos recuerdos, sensaciones frías, miradas, ecos; muertes de otoño.
Tardes de nada, de mutismo, palabras que se cosen en los labios... ratones donde viven lenguas y lenguas donde viven los ratones, miradas suaves, amables, reposan como canicas en una nebulosa de presente oscuridad.
Hete ahí en tu trono de promesas y caprichos, metida en tu terco traje de indiferencia que con puntas afiladas se adorna de cartas y promesas rotas, cuernos de coronas que se curvan cual caireles, son los rizos puntiagudos como espinos de rosales, son finas las facciones que afiladas y elegantes, te miran y te acosan en un entrelazar de ideas que no se hacen.
Y heme aquí, tu almohada de secretos silentes que con triste tinta gris pinta en las páginas de un diario vacío lo que pudo ser, lo que podría haber sido, ¿y qué sentido tiene acaso la entrega de un corazón sin remitente, si el destinatario no se inmuta con su presente? ¡Pues no hay tal! y no hay sentido... ni yo, ni mi armadura, ni mi espada ni mi pluma, ni nadie va a moverte de tu trono de raíces, de tu ciega indiferencia, ¡no se puede! no se puede robar un corazón que no quiera regalarse… ¿de qué sirven las promesas descompuestas que se rompen en el aire? No sirven. ¿En dónde están perdidos ésos, los lugares prometidos? ¿y de qué sirvo yo y mis palabras muertas que no llegan a ti, si tú no estás ahí para darles sentido? No estoy, estoy muerto, mi reina del vacío.
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