jueves, 2 de junio de 2011
BEDLAM
Sueño con una ciudad de muertos, de almas solas y atormentadas, de hombres rotos con la cola entre las piernas y las manos heridas de tanto arrastrase. Aquí no hay más que edificios desolados, dejados al olvido, y desaturados son los colores de sus paredes fúnebres, fracturadas... frías. Silenciosa, así es esta ciudad a la que viajo cada noche, donde pocos caminan por sus calles de infinito azul silencio. El cielo negro y sin estrellas se ofrece a la cuidad como una enorme boca sedienta de silencio; en esta ciudad el aire no circula y la falta de esperanza es el pan de cada día, aquí la gente no respira.
Cada noche viajo a esta ciudad y su gente olvidada pide por mí, se arrodillan y suplican por un poco de ayuda. Es esta gente la que me mira con una eterna tristeza y ese humo que les nubla los ojos como dos peceras de cristal rellenas de vapor. Son ellos los que ofrendan su tristeza a cambio de incertidumbre porque al menos la incertidumbre es algo más que muerte. Esta ciudad está llena de locos, y su gente no quiere morir, pues esta gente ya está muerta. En esta ciudad no hay espacio para las buenas intenciones, pues todos matarían para poder salir de ella, y soy yo el único que cada noche entra: el hombre que jamás la olvida, porque yo soy rey de esta ciudad de muertos y olvidados, yo soy dueño de esta triste y desolada realidad.
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