La tostadora, harta del pan integral y la mirada bovina de su dueño, tramó el golpe. No más migas mustias, no más bostezos mañaneros. Con la precisión de un kamikaze de electrodomésticos, se lanzó a la bañera donde el susodicho se remojaba en su tristeza habitual. ¡Pluf! Cortocircuito, a volar la depresión (y el fusible). La tostadora, mártir oxidado, al menos logró un final con chispa. El dueño, bueno, ahora flota con una sonrisa bobalicona en su bañera.
Misión cumplida.
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